EL TÍTULO DE AQUÉL LIBRO LLAMÓ PODEROSAMENTE MI ATENCIÓN. Resurrección de Liev Tolstoi parecía fuera de lugar en la librería de un agricultor castellano, rodeado de cuentos infantiles, una biblia con las tapas desvencijadas y un par de clásicos de la literatura española que hacía años que nadie abría. Extraje el libro de la estantería con devoto cuidado para curiosear la edición.
– No toques eso -interrumpió con voz altanera David, el hijo de la dueña. – Era de mi abuelo y vale mucho. ¿Habéis terminado ya la faena?
Asentí, no tenía ganas de discutir con aquel quinceañero sobre el valor de la obra de arte que le valió la excomunión a su autor. Estaba cansado, la poda es un trabajo duro y dirán que mi patria es fría, pero nada ha de envidiar a una mañana en las tierras de labranza castellanas.Sin añadir más salí de la casa. Tenía cosas que hacer.
Escondí las manos en los bolsillos. Me dolían, en parte por el frío, en parte por la dura labor. El atardecer no resultaba mucho más clemente que la mañana y el viento cortaba mi cara con cruel insistencia, pero no estaba dispuesto a renunciar a un breve paseo. Tirarme en la cama solo provocaría que a la mañana siguiente mis músculos rechinasen oxidados. Recordé otros paseos, envuelto en frío y pieles, en una vida distante, hace muchos años, cuando enseñaba literatura a quinceañeros altaneros. El carácter no cambia, sólo las caras. Es la insolencia del desconocimiento. Cavilando sobre Tolstoi, su redención y otras mil fugaces ideas que se relacionaban con sorpréndete fluidez en mi cabeza, retorné sobre mis pasos.
Ana me esperaba con esa mirada triste, de viuda enterrada en vida por recuerdos y familiares. Ya no lloraba como la primera vez que la hallé sollozando a la vuelta de una de mis caminatas. Su mirada sonreía cuando nuestros ojos se encontraban, pero su boca permanecía inmutable. El peso de la costumbre aprisionaba su futuro en la sobriedad del pueblo.
―Pasa, deprisa. David ha marchado y no volverá hasta la madrugada.
No contesté, no hacía falta. Además siempre sobraban chismosos y miradas curiosas en aquellas calles oscuras de inverno aburrido.
Nos desvestimos lentamente, con premeditada alevosía, e hicimos el amor despacio, disfrutando de cada instante, como cada noche. Entonces si hablé, salmodiando cuantas dulces palabras conocía en ruso y castellano.
Cuando pasadas las horas quise marcharme, me retuvo. Siempre decía que era imposible, que debíamos mantener el secreto. Yo lo entendía. Así que la miré sorprendido.
―Mi hijo me dijo que cogiste un libro del estante. Llévatelo. Lo aprovecharas mejor tú. Es un libro viejo, de mi padre. No lo he leído ¿De qué trata?
―Es una historia de prejuicios, costumbres y amores imposibles entre un noble y una criada. Una obra maestra.―Negué con la cabeza.―No puedo llevármelo, tu hijo notaría la falta.
―Llévatelo, no seas tonto…
Acarició con la yema de sus dedos mi pecho, de esa manera mitad lascivia mitad inocencia que me volvía loco.
― Terminan juntos, ¿verdad? El príncipe y la criada, digo.
― Tendrás que leerlo, no te voy a desvelar el final. Solo te diré que es un libro fabuloso, en el que los personajes logran superar sus prejuicios como único método para procurarse la redención.
Ana enarcó una ceja. Acaba de soltarla todo un sermón; como si fuera una niña pequeña.
Me incorporé de nuevo.
―No te vayas ―susurró mientras me atraía con su abrazo―. Nunca más.
Sonreí. Bendito sea Tolstoi.
– No toques eso -interrumpió con voz altanera David, el hijo de la dueña. – Era de mi abuelo y vale mucho. ¿Habéis terminado ya la faena?
Asentí, no tenía ganas de discutir con aquel quinceañero sobre el valor de la obra de arte que le valió la excomunión a su autor. Estaba cansado, la poda es un trabajo duro y dirán que mi patria es fría, pero nada ha de envidiar a una mañana en las tierras de labranza castellanas.Sin añadir más salí de la casa. Tenía cosas que hacer.
Escondí las manos en los bolsillos. Me dolían, en parte por el frío, en parte por la dura labor. El atardecer no resultaba mucho más clemente que la mañana y el viento cortaba mi cara con cruel insistencia, pero no estaba dispuesto a renunciar a un breve paseo. Tirarme en la cama solo provocaría que a la mañana siguiente mis músculos rechinasen oxidados. Recordé otros paseos, envuelto en frío y pieles, en una vida distante, hace muchos años, cuando enseñaba literatura a quinceañeros altaneros. El carácter no cambia, sólo las caras. Es la insolencia del desconocimiento. Cavilando sobre Tolstoi, su redención y otras mil fugaces ideas que se relacionaban con sorpréndete fluidez en mi cabeza, retorné sobre mis pasos.
Ana me esperaba con esa mirada triste, de viuda enterrada en vida por recuerdos y familiares. Ya no lloraba como la primera vez que la hallé sollozando a la vuelta de una de mis caminatas. Su mirada sonreía cuando nuestros ojos se encontraban, pero su boca permanecía inmutable. El peso de la costumbre aprisionaba su futuro en la sobriedad del pueblo.
―Pasa, deprisa. David ha marchado y no volverá hasta la madrugada.
No contesté, no hacía falta. Además siempre sobraban chismosos y miradas curiosas en aquellas calles oscuras de inverno aburrido.
Nos desvestimos lentamente, con premeditada alevosía, e hicimos el amor despacio, disfrutando de cada instante, como cada noche. Entonces si hablé, salmodiando cuantas dulces palabras conocía en ruso y castellano.
Cuando pasadas las horas quise marcharme, me retuvo. Siempre decía que era imposible, que debíamos mantener el secreto. Yo lo entendía. Así que la miré sorprendido.
―Mi hijo me dijo que cogiste un libro del estante. Llévatelo. Lo aprovecharas mejor tú. Es un libro viejo, de mi padre. No lo he leído ¿De qué trata?
―Es una historia de prejuicios, costumbres y amores imposibles entre un noble y una criada. Una obra maestra.―Negué con la cabeza.―No puedo llevármelo, tu hijo notaría la falta.
―Llévatelo, no seas tonto…
Acarició con la yema de sus dedos mi pecho, de esa manera mitad lascivia mitad inocencia que me volvía loco.
― Terminan juntos, ¿verdad? El príncipe y la criada, digo.
― Tendrás que leerlo, no te voy a desvelar el final. Solo te diré que es un libro fabuloso, en el que los personajes logran superar sus prejuicios como único método para procurarse la redención.
Ana enarcó una ceja. Acaba de soltarla todo un sermón; como si fuera una niña pequeña.
Me incorporé de nuevo.
―No te vayas ―susurró mientras me atraía con su abrazo―. Nunca más.
Sonreí. Bendito sea Tolstoi.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Imagen de ~CPkake.
35 comentarios:
Eso, y no solo se redimen ellos (los personajes), si no también los que lo aman (al libro)
Besos domingueros
Es un cuento precioso :) Muy humano.
Un besito,
Mun
El poder que puede llegar a ejercer un libro,sin ni siquiera abrirlo.
Y la de momentos que guardan esperando sentir el tacto de esa mano en su lomo.
Parecieran seres vivos.
Escribes muy bien Pedro!
Un abrazo :)
¡Que bonito!
Y que bonito final, de los que te dejan la sonrisa en los labios.
Una preciosa historia nacida de otra historia.
Enhorabuena!
Un beso y un abrazo
Me encantan tus cuentos. Es de agradecer que exista gente que piensa como tú (por lo que he leído en el perfil) En todos tus escritos fluyen las palabras como en un arroyo de rumbo antojadizo. Yo he comenzado hace poco a escrbir un blog y desearía poder incluirte en los blogs que sigo, pero no manejo todavía bien este tema. Un abrazo muy fuerte.
Venga... Lo interesante es, un poco tambiçen, saber cçomo un maestro de lietratura acabço de peon de labranza...
Oye, cuento precioso pero ademas... FELICIDADES!! (lo digo por lo del 20)
saludos
derribandomuros
¡¡¡Enhorabuena!!!
Realmente genial Pedro.
Sigue así.
Salud
Me encantó el cuento y además te felicito por el premio de 20 minutos! seguí ofreciéndonos lo bueno! un abrazo
Bonito cuento. Tiritas que se pone uno para poder sobrellevar su vida. Lo malo es que cuando uno se quita la tirita duele.
Felicidades Pedro,
me ha gustado mucho el cuento...
Saludos,
DD
Bendito sea.
Excelente texto, querido Pedro.
Tolstoi, Tolstoi...
Tuve una mala experiencia-accidente con uno de sus libros, no con la lectura sino con el tocho en sí.
Se me cayó en toda la cara cuando era pequeño desde una estantería de dos metros, el hostiazo fue de campeonato...
Desde entonces le he cogido un miedo patológico a ese libro...
Quizás algún día lo supere y me sumerja entre sus páginas.
Un abrazo.
Cuantos libros permanecen en las estanterías durante años esperando que alguien se digne a leerlos... me ha gustado el cuento. Un saludo.
Un relato estupendo, y felicidades por el premio de 20 Minutos :D
Precioso cuento. Bonita la historia y bonita la forma de contarla. Será que eres bueno ;)
De vuelta a las andanzas 'cuentistas'. Lo celebro.
De Tolstoi solo he leido 'Guerra y Paz' y me encantó. Voy a tener que conseguir el libro que mencionas, tiene buena pinta. A mí los autores rusos del XIX me pueden, en especial Chéjov (otro cuentista donde los haya jejejejeje).
Grandes y sabios saludos te dedico.
"Tirarme en la cama solo provocaría que a la mañana siguiente mis músculos rechinasen oxidados"... hombre, claro. Así también me voy yo a dar un paseo. X·D
Fantástico cuento.
Saludos
¿Fue la fe de los siete enanos inocentes o el beso de amor puro y verdadero? ¿Quién le devolvió la vida a la princesa?
Acabo de descubrirte a través del blog de PEDRO OJEDA ESCUDERO y, literalmente, este relato me ha fascinado, encantado, conmovido y he disfrutado con esa literatura simple pero profunda, con esas pinceladas del trabajo en el campo, la vida en un pequeño pueblo castellano, el amor, la pasión y la literatura. Simplemente PRECIOSO. Volveré a disfrutarte. Besotes, M.
Jo Pedro, como corres, no hay quien aguante tu ritmo...
Tiene calidad este blog; enhorabuena por el premio.
Un saludo
Tus cuentos no me dejan indiferente. Más bien echo chispas tras leerlos. Pero chispas de felicidad.
Me emocionaste Pedro!!!!!!!! qué lindo, la manera de enlazar la rutina y la letras. La magia de hacer posible un imposible y darle alas al amor y la esperanza frente a una vida que parece dura aveces pero que vale vivirla
Maravilloso... uf! como me gusta leerte querido amigo ;)
Un abrazo y muchos besos ronroneados
Buen homenaje al maestro, no sé si fue tu intención pero así me lo transmitiste.
un beso
Mary
La verdad que me deja pensando.
Saluditos.
Felicidades por el premio de 20 minutos y sobre todo por el relato.
Por cierto, curiosa coincidencia del título con el de mi útlima entrada.
Nos vemos.
de algo me suena este relato, pero da igual las veces que lo lea, siempre me enternece del mismo modo. no sé si te lo había dicho antes, pero enhorabuena por el premio. y respecto a tu email, si, es verdad, lo soy.
Noto algo diferente. No sé que es, pero hay algo que te ha causado gran impresión y se nota en el modo de escribir. Es como si hubieras madurado de pronto veinte años. Quizás me equivoque, pero no suele pasar.
me encanta el modo en que has ecrito esta preciosa historia y todo lo que transmites en ella. Es un cúmulo de sensaciones que son arrebatadoramente atractivas.
Besos mi querido Pedro.
A mi me pasa como a Cuervo. También me suena mucho el relato
Fantástico, simplemente fantástico.
La verdad, me decepciona un poco lo de "llamó poderosamente mi atención". ¿No crees que "llamar poderosamente la atención", y más en concreto el adverbio "poderosamente", es un desgastado maridaje léxico? Creo que es preferible decir simplemente "llamó mucho mi atención". Bueno, disculpa la crítica, pues por lo demás las entradas son muy interesantes.
Hola emilia. No hay nada que disculpar ;)
En cuanto a esa frase, este relato forma parte de mi colaboración en la comunidad "El cuenta cuentos" y la primera frase la propone alguien distinto cada semana. Luego cada uno desarrollamos un relato desde ahí. En general soy poco amigo de las construcciones tópicas, en eso lelvas razón :)
Bonita historia...
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