18 febrero 2008

(Silencio)




Grito.
Golpe, golpe.
Grito.
Silencio.

- ¿Qué creías puto gilipollas que podrías andar por ahí tan tranquilo?
Un hombre pelirrojo y entrado en kilos se retorcía en el suelo. Boqueaba como un pez fuera del agua y unas lágrimas escurrían por sus mejillas.
-¿Qué? ¿Ahora no te crees tan listo, verdad? – espetó su agresor, Iliev Panov, uno de los ejecutores del Señor Vaikos, para acto seguido golpear con su bate de béisbol el suelo a diez centímetros de la cabeza de su victima.
-¡No!- gimoteó el pelirrojo haciéndose un ovillo.- P-Por-Por favor no me haga daño. Le daré t-to-to-todo lo que quiera.
- To-to-to-to-to-to – se burló Panov dándole pequeños golpecitos en el cogote con el bate.- Deberías haberlo pensado antes. ¿Sabes cual es la primera regla del señor Vaikos? El silencio. Esa es su mejor arma. ¿Entiendes cabrón?
Con los ojos abiertos como platos el agredido asintió; contemplando aterrorizado aquella mole rubia y con cara de salvaje que agitaba el bate a cada palabra.
- La primera vez hay un aviso, sin marcas, en silencio. La siguiente...sólo silencio. Ahora me vas a acompañar calladito y me vas a dar todo el dinero que nos debes, ¿entendido, gi-gi-gi –lipollas?

Una vez cumplida su misión, dejó a aquel pobre desgraciado, agradecido por haber salvado la vida, tirado en un callejón. Comprobó su móvil para ver si había alguna novedad. Doce llamadas perdidas de Vaikos. Marcó el número de su jefe, pero no esperó respuesta. Nunca la había. Jamás se hablaba por teléfono, formaba parte de las reglas del silencio.

Condujo su coche, un discreto y viejo Chevy Bison, en dirección al cuartel general de Vaikos, una hamburguesería al norte de Boston. Las mafias rusas eran conocidas por su brutalidad y por la publicidad que daban a sus delitos. Todo el mundo temía su violencia, esa era la idea. En cambio su jefe prefería la tranquilidad. Al poco de llegar a Estados Unidos tuvo varias guerras con otras organizaciones bien asentadas. Los armenios secuestraron, torturaron y asesinaron a su hijo de siete años. Él respondió con el silencio. Cada mañana desaparecían familias enteras del barrio armenio. La propia comunidad armenia terminó el trabajo. Fue en aquella época cuando Panov, proveniente de una familia de inmigrantes rusos, se unió a la banda. La violencia era la misma, pero el resultado mucho más inquietante. Su política de evitar los conflictos y no hacer ostentación, le hizo más temible a los ojos de sus potenciales enemigos; en especial del resto de mafias rusas que intentaban conseguir terreno en américa. Recordaba sus primeros días, el desmedido interés por no dejar rastros y la consecuencia de dejarlo: el silencio.

Cuando llegó, su jefe acudió a recibirle.
-Salud Iliev- recibió Vaikos con un marcado acento de europa del este mientras palmeaba el hombro de su ejecutor -. Me alegra verte. El asunto del señor Grahamm ya se ha arreglado – añadió señalando a un tipo pelirrojo y regordete que estaba a su espalda. - Ha venido personalmente a saldar el triple de su deuda y a pedirnos perdón por el... malentendido.

Panov tragó saliva intentando que la bola que se había formado en su garganta dejara de ahogarle. El fajo de billetes que llevaba en el bolsillo se volvió repentinamente pesado.

- Señor Vaikos- dijo mientras tendía el dinero recién recaudado. Intentaba que su voz reflejara seguridad, pero un ligero temblor se apoderó de su lengua. El nombre de su jefe sonó como “Vaikkkoossss “.
El capo ladeó la cabeza, cogió el dinero y después...después, sólo... (silencio).


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