21 octubre 2008

La eugenesia de los naranjos

LA FÁBRICA DE SUEÑOS cierra por vacaciones. Esa fue la última frase de la carta que deslicé bajo la almohada de mi amada esposa Samira. Deseaba regalarla un último cuento al que pudiera acudir en los días de amarga separación que nos aguardaban. Ojalá no hubiera sido necesario.

El Fabricante de sueños, con ese hermoso sobrenombre se me conoce en Nador, mi ciudad natal. Ya de niño disfrutaba escuchando las leyendas de los míos, para después narrárselas a mis primos y hermanos. Ahora soy un cuentacuentos. Ya no recito las gestas de los héroes de antaño, en su lugar invento narraciones que inculquen buenos valores en los más pequeños y, cuando al anochecer regreso de los campos tras un agotador día de labranza, comparto con los pastores, los labriegos y artesanos, mis historias sobre libertad, justicia e igualdad. Al principió solo narré, después escribí, y con tiempo mis relatos han llegado lejos.

Pero el poder aborrece la verdad. Por eso soy perseguido; por eso he de huir.

Braceo en el agua helada intentando alcanzar la costa. Los músculos me duelen por el frío y el cansancio, pero si me permito desfallecer moriré. La misma bruma que desorientó el rumbo de nuestra embarcación me protege de los faros que acuchillan la mar buscando a los que nos arrojamos por la borda cuando la patrullera nos interceptó. No podía permitir que me capturaran, no ya por mí, si no por mi esposa, por el hijo que ha de llegar, y por los compañeros que propiciaron mi fuga, y cuyos nombres me arrancarían sin piedad o escrúpulo. Soy afortunado, la mar no es brava esta noche y el zumbido de los motores de las lanchas se aleja.

Siempre soñé con descansar a la sombra de mis propios naranjos, saboreando los gajos dulces de fruta madura, mientras Samira acaricia mi espalda con sus delicadas manos y mi buen amigo Ayman, el poeta, recita sus versos; y Safana le besa en el cuello, y reniega porque el día es muy caluroso, o muy frío, y Ayman la chincha, y todos reímos.

Pero sabía que era una meta inalcanzable, pues necesitaría más dinero del que un aparcero es capaz de ahorrar en todo un año de honrado trabajo. Dese luego, no estaba dispuesto a emprender la temeraria travesía del estrecho en la que tantas vidas y esperanzas se han derrochado. Cuando sabíamos de un joven dispuesto a tan alocada aventura acudíamos a disuadirle, convenciéndole de lo estúpido de la empresa y lo irreal de esas fantasías en las que regresaría tras amasar una fortuna que le permitiera vivir el resto de sus días como un príncipe. Sueños globo, los bautizó Ayman, pues solo son aire y se sostienen por un delgado hilo de esperanzas.

Hoy me he visto en una de esas frágiles barcazas rodeado de mil dialectos e ilusiones, y un miedo común: no alcanzar las playas de esa otra fábrica de sueños que es Europa. Por eso antes de que nos abordaran los más desesperados saltamos, y no fuimos pocos.

Entre la niebla se recorta una silueta. Es uno de los beduinos de las leyendas de mi niñez, que se acerca caminando sobre las aguas. Me toma de la mano. Ya no siento frío ni fatiga. Dedico un último pensamiento a mi amada, y a los naranjos, mientras las aguas negras e inclementes cierran para siempre la fábrica de sueños.




Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Imagen de ~denisolivier